No supe cómo empezar estas líneas. Traté con saludos cordiales, la formalidad de un: “sírvase la presente”, para desembocar en el inevitable y corriente: ¡hola!, ¿cómo estás? ¿Qué tal los años? ¿La familia cómo va? aunque conozco las respuestas desde hace 15 años, insisto en preguntar.
Vuelvo a escribirte en la distancia, ésa, la de los cuerpos. Desterrado de tus brazos, con mis pasos divorciados de tu camino, llevando a cuestas una sombra huérfana de la tuya.
La mano que te escribe, no pertenece ya al hombre que alguna vez tu rostro acariciaba, está vencida y trémula. Y sí, debo confesar, que al igual que a mis manos, tampoco reconozco este cuerpo, y dudo del espíritu que lo sostiene.
Sigo siendo el que conociste, mismo nombre, dirección y cédula de identidad. Sólo que más cansado, triste y solitario, frecuentando religiosamente la plaza que alguna vez fue tribuna para declararnos amor y hacernos solemnes promesas.
Trato por consideración y respeto de mantener las cosas que más te gustaban de mí: la pulcritud en la vestimenta, el gusto para las flores, el tinto con el punto de azúcar que no amarga ni empalaga, las canciones enamoradas y poéticas lecturas en las tardes.
Pero no todo está intacto, dejé de cocinar algunas de tus comidas favoritas y algunas esperanzas que aderezaban el impulso, retomé el hábito de fumar que tanto te costó que dejara, los labios que en otrora coincidían con los tuyos desmontaron la sonrisa, sólo hablan con tenderos de bares, y sirven para ir quemando a bocanadas tu recuerdo.
A esta fecha y en el día presente, tuviéramos la dicha de celebrar el cumpleaños del hijo varón que fraguábamos, con un nombre aún no definido por esperar ver su rostro, engendrado de nuestros más ardidos impulsos, en la cama de caoba que no compartimos, en la casa que nunca habitamos, en la vida que nunca tuvimos.
No te escribo para darte un parte de derrotas y fracasos, aunque no puedo negar que algunos planes no han salido tal y como los soñé contigo. Pues, ¿cómo he de hacer una vida completa con los sueños a medias? En fin, no escatimo bríos para saludar al sol, aunque últimamente despierto con ganas de no abrir los ojos, pero al enfrentar la luz, algo de cálidos días vuelven a mi sien, salgo presuroso a la vieja plaza, aún con la biblioteca de libros amarillentos y frecuentada por nostálgicos, me siento en bancos roídos a mordiscos por los años, a esperar que la brisa tibia de la tarde con que te fuiste te traiga de vuelta.
Soy un vestigio del Hombre que conociste, con 33 años encima y una vida que encarar.
Tal vez, a esta carta tampoco darás respuesta, como a todas las que llegan a tu puerta, por la gracia del parsimonioso paso del viejo cartero. Si te animas ¿recuerdas donde vivo? En la vieja Parroquia 23 de Enero, Bloque 11, piso 11, apartamento 11
“A”, en el cuarto del medio, frente a la sala, donde te vi salir cada vez más hermosa y mía. Mi teléfono sigue siendo el mismo que discabas en las madrugadas de insomnio por dormir conmigo. Espero recuerdes quien soy, Centauro Saher, venezolano y libre de decidir, que tomó la mala decisión de dejarte ir una tarde. Vuelvo al terrible trance que es despedirme de ti. Firma, besa y envía, el que por razones ya inexplicables, aún te ama.