Al abrir la puerta, él se encuentra con ella. Una mujer esculpida a caricias, con una mirada vestida aún
de mocedad. De blanca piel y desnuda sin reservas, ocupa la mitad de la cama y el
aire entero, todo lo colma con su olor a orgasmo reciente.
Él reposa su
mirada absorta sobre la cordillera de sus muslos, y se pierde en el hálito que perfuma el cuarto. Recuerda que apenas son las ocho de la mañana de un domingo. Caminando lentamente
hacia la cama, y sin perder la expresión de sorprendido en el rostro, deja caer el
paño que ceñía en su cintura.
Queriendo dominar
los nervios dice:
- - Hola, buenos días.
Ella, con una
sostenida paz en la mirada extiende su mano para alcanzarlo, como invitándolo a
subir a una estrella fugaz, entonces, sin evasiones, cerró con un beso el umbral tembloroso de su boca, y no
hubo más palabras.
El palmoteo de los
cuerpos irrumpía en el silencio, y al compás lividinoso lo acompañaba el coro jadeante, que en canon,, armonizaba el lienzo colorido de
sexo, en el que se ha convertido la cama.
Después de un estrepitoso
gemido perdió voz el amasijo de cuerpos. El seísmo que sacudía las sabanas cedió
su vigor, todo se redujo a un profundo sopor en la blanca habitación. Desde
afuera, la luz más brillante todavía, rasgaba la cortina.
Ella tratando de
incorporarse sobre un almohadón, le susurra:
- - ¡Me encanta esta primera vez!
Con una cómplice
sonrisa de satisfacción, él se abraza a sus senos, y le responde:
-
Y pensar que ya van más de 5 años desde la primera ,“primera
vez”, que hicimos el amor, y aún me sigues sorprendiendo…
Desde la puerta, una
voz pequeña se deja escuchar sin cruzar el marco:
- - Mami. Papi. Mi hermanito y yo, ¡tenemos hambre!
Son las ocho y
cuarenta y cinco del domingo.
2 comentarios:
Jajaja tas' claro que màs bien eran las 8:10am jajaja
Me gustó mucho este cuento!
Lindo
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