16/02/2018
Alí (se dice como si pulsara las
cuerda La y Mi agudo en la guitarra) Así arranca esta canción que te cuento…
No pude conocer de primera mano
tu saludo, que me echaras la bendición o toparnos en la calle, pues solo
contaba con 7 años de edad cuando la
noche quebró sus brazos sobre la vida, pero te conozco desde siempre, desde
el vientre de mi madre.
Dice mi vieja que papá en aquel
entonces -más por intuición que por comprensión- escuchaba tus discos y los
guardaba cual reliquia destacada entre un santuario musical de la época, por
orden de adquisición y en formato Long Play. Alí primera era parte del repertorio parrandero de chucho, como es conocido mi papá allá en
La Cubana, en el barrio Gramoven de Catia que crecía detrás de la planta de
harina y se hundía en la pobreza oficial del gobierno de turno.
Entonces te conocí; asistido por
unos audífonos de esos grandotes que mi papa ponía en la barriga de mamá para
que yo escuchara la canción de pájaros, paisaje, campo, alegrías, rabias y tristezas
que son ese canto tuyo; así fue como esa voz ronca y profundamente amorosa y
cálida se me grabó en el alma, tus canciones fueron el arrullo junto a mi cuna
en mi primera infancia.
Luego y como era de esperarse me
aprendí tus canciones, y para cuando menos lo esperaba era el carajito que en
las fiestas y reuniones se arrimaba a los músicos parranderos para cantar súbete a mi moto con el mismo entusiasmo
que ponía al cantar Mama Pancha; no niego que la cosa de que me aplaudieran me
gustara, me fijé en la cabeza que yo también cantaría así como tú: ronco y
fuerte, bravo porque había un culpable en la muerte del niñito de Ruperto y triste con la lluvia en los Techos de Cartón.
Aunque ya algo de lectura me
había enseñado mi tía-madrina en la casa, al mudarme a El Valle empecé a salir a
una escuelita improvisada por una señora en Cerro Grande donde enseñaba a leer
a los niños antes de entrar a la escuela para que fueran adelantados al kínder;
ya sabiendo leer, escribir, sumar y restar fui derechito a parar al kínder
adelantado y con ventaja, misma ventaja que me dolió en un carnaval cuando
jugando en casa de una tía agarré un periódico que decía que tú habías chocado
en tu carro y estabas muerto, la foto era en blanco y negro, estabas en el
suelo con los ojos cerrados.
No comprendí lo que había leído
en casa de mi tía hasta que a los días vi a mi papá en la casa materna llorando
mientras recortaba de los periódicos tu foto, y le pregunté:
- -
¿Alí Primera se murió?
Él sin mirarme, fijo en su lagrima y en los recortes sobre la
mesa, me respondió que sí. Sé que te lloré un poquito tal vez contagiado por el
guayabo de mi papá, pero para los niños la muerte no existe, y como yo nunca te
vi muerto, para mí sinceramente estás de viaje y tal vez nos consigamos en una
esquina por ahí.
Uno va creciendo y se va tejiendo
el amor a la medida. Otra vez mudado de casa me conseguí cursando el cuarto,
quinto y sexto grado en la escuela Juan Antonio Pérez Bonalde en Catia, me
había mudado esta vez a casa de mi abuela paterna. Persiguiendo a Alí me convertí en el cantante de la
escuela, y así entre las clases y juegos deportivos terminé participando en el Festival de la Voz Escolar, el que para
mi sorpresa y sin mi repertorio habitual gané en mi escuela cantando El Pájaro
Chogüí.
Voz parroquial, voz distrital…
una voz en la calle.
Ya en sexto grado era el
reconocido cantante de la escuela que participaba en los actos ante un nutrido auditorio escolar con
canciones de Alí Primera, para estupor de algunos maestros y gracia de otros. Madre déjame luchar sonaba el día de la
madres en el patio, seguida por Es de
noche y Caña clara y tambor, no
había oportunidad en la que no buscara la manera de rasgar el cuatro y hacerme
valer cantando; debo confesar que no era el más destacado en deportes, pero
cantando no pelaba, tenía mi propio e indiscutible escenario.
Estudiaba en el turno de la
mañana pero también cantaba en la tarde, a pesar de que los del turno de la
tarde eran menos aprensivos que mi público matutino, eso me permitía andar
todos los días en la calle por “asuntos culturales”, además que tenía una novia
llamada Pieranyeli del sexto grado de la tarde, y eso era más que un motivo
para ir a cantar a la escuela aunque fuera fin de semana.
Al llegar el fin de curso del
sexto grado se celebró un acto en la escuela para otorgar reconocimientos a los
participantes de los Juegos Inter Escolares,
donde yo no tenía vela ni entierro, pues tal y como sabes no era el mejor
atleta…
En medio del desorden de los que
ya salían de sexto grado, el bochinche de la despedida y las maestras pidiendo
silencio, la directora hace un aparte en la entrega de medallas para anunciar
que otorgaba una medalla espacial para un estudiante que se había destacado en
las actividades escolares. Jorwill Sánchez, compañero de clases y hermano mío
hijo de otro vientre, me gritaba que la cosa era conmigo. Incrédulo me quedé
viendo de lejitos en una escalera a ver quién era esa joya de estudiante que
llamarían, hasta que para mi sorpresa dijeron mi nombre… fulanito de tal pase al frente, por favor.
Bajé de la escalera, y tal vez los
nervios o la sorpresa no me dejaban sentir La
Salita que me dieron mis compinches para celebrar otra medalla a nuestra
generación de estudiantes. Recibí mi medalla de manos de la directora y salí corriendo
a las mismas escaleras nuevamente, celebrado y chalequeado pues ya se sabes que
si a uno lo besa una maestra es tan merecedor de burla como cuando por error le
pides la bendición al despedirte; abrazado a mi amigo entrañable, entre
lágrimas leí lo escrito en la medalla que parecía una estrella roja: Honor al Mérito, colgada de una cinta
roja en mi cuello, solo alcance a decir:
- - Esta
medalla no es mía, esta medalla es de Alí Primera.
Desde ese día se me puso entre
ceja y ceja que debía ir hasta tu siembra a llevarte la medalla. Luego -y ya a
varios años de distancia de mi graduación de sexto grado- me dijeron que quedaba
en Falcón pero no tenía idea en qué parte.
Como es biológicamente correcto
me creció la vida y me hice camino al andar, también a mi pesar creció la distancia
entre lo que quería de niño y lo que hice después, me dediqué a hacer mis
cosas, mi vida-tómbola ¡hasta me nació una carajita! y no supe más de cantar ni
en un cumpleaños, hasta que se me ocurrió irme al cuartel por razones que te
cuento otro día con más calma, pero ahí, en medio de la soledad que el ejército
brinda con tanta compañía, me encontré uniformado de verde cantando tus
canciones mientras recogía hojas en el más absurdo de los lugares contra-poesía
y castrante como lo es el ejército.
Nuevamente me hice valer cantando
y con la excusa de entrar al coro religioso de mi regimiento, me asigné una
guitarra ¡y a cantar se ha dicho! no tanto tus canciones porque no eras muy
popular entre los oficiales, pero ya tenía como soportar los días de soldado.
Tras varios cambios de ocupación
dentro del Regimiento de Ingenieros Agustín Codazzi donde estaba “pagando
servicio militar”, llegué a trabajar con los comandantes del regimiento y por
causas de la vida estuve bajo el mando de Carlos Romero Borges, un coronel
gordito, retaco y mal encarado que todos decían que era el diablo, y al hijo de
María le tocó la suerte de trabajar con él; luego de sortear sus barreras me
convertí en su hijo de armas, me incluyó entre sus afectos familiares e hijos
sanguíneos, dándome ciertas libertades en el comando, como despertarlo a las
5:30 de la mañana con Tin Marin y
cuanto disco de Alí yo ponía a todo volumen en su oficina-dormitorio. Mi padre
de armas me siguió demostrando su afecto
más allá del ejército hasta que un día decidió irse sin decirme nada y cambió
de paisaje.
Recuerdo que un día siendo ya un flamante
cabo primero me tocó dirigir el canto de trote matutino de mi pelotón, canto que
para aquel momento aún era un rosario xenófobo, anti-colombiano,
antiguerrillero, antipopular con el que se motivaba la gallardía patria de los
soldados cada mañana en Fuerte Tiuna, en este trotecito de varios kilómetros
puse en práctica lo que una vez me contó Marco Montilla, otro hermano de la
vida, destacado sargento del batallón Ayala que había participado en la asonada
militar el 4 de febrero que lideró Hugo Chávez, quién me contó que él cantaba El catire y el negro de Simón Díaz para rebajarle
la dosis de xenofobia a los trotes con sus soldados.
Así me puse en marcha con mi
gente y además del repertorio habitual le sumé El catire y el negro, y de ñapa cantaron Sangueo para el regreso, cosa que después me costó un par de
preguntas de un oficial pero sin mayores inconvenientes físicos.
Esta situación del ejército me
permitió pensar en volver a cantar, pero no en cumpleaños, ni en parrandas,
sino en la calle, con la gente, en tarimas y con músicos, cantar tus canciones
y que todo el mundo me viera en ese trajinar de ser como tú.
El ejército y la vida militar
había cambiado mi vida, y el país entero también cambiaba, el Chávez del aquel 4
de febrero había ganado las elecciones presidenciales y la cosa también
cambiaba en los cuarteles, te confieso que yo no estaba muy convencido ni ducho
en la política, yo solo quería cantar. Una noche en una innecesaria parranda
tuve que amanecer en la Plaza Bolívar, y ahí en un golpe de realidad despertó mi
conciencia al salir de mi vida-mundo y conocer la tragedia de vida de un hombre
que, tras sufrir un accidente que lo dejó muy afectado físicamente quedó en la
calle; normalmente la sociedad adormecida no se reconoce en el otro, el Yo es
supremo y el Otro es el enemigo. Entendí por qué cantabas, de ahí salí con el
alma en las manos a escribir mi primera canción, Errantes.
En el presente, a 33 años de ese
día 16 de febrero, estoy más cercano a la edad que tenías en 1985 y un bojote
de canciones escritas que narran mi tiempo, mi época, mi conciencia y mi modo
de comunicarme con el ser humano, y eso te lo agradeceré toda la vida, haberme
motivado sin conocerme a ser más que un YO entre la gente, hay más cosas por
decir, pero lo haré en otras cuartillas, tal vez en versos o canciones, porque
las cosas en el país no están bien Alí, andamos en tiempos sumamente difíciles,
pero a pesar de eso empuño mi conciencia y canto, porque sé que de algún modo tú andarás conmigo cantando junto al pueblo.
Canción pendiente 31/10/17
(para Alí)
Tu voz es esa brisa
que otra vez
Echa a andar
nuestro velero
En el mar de la
esperanza
Y el amor.
Y sumado en
corazones
Das más razón a la
ternura
Que a la rabia de
las bestias
Con dientes
afilados en tristezas.
Ama y defiende el amor
amando
Vamos venciendo
soledades…
Y hago un pacto de
vida
Con tus sueños que
todavía,
¡Ay todavía!
Está tu pueblo
amaneciendo
Está tu pueblo
amaneciendo
Amaneciendo…
Centauro Saher… aprendiz de cantor